Una mujer de Río Negro vivió 60 años con un nombre que nunca eligió. Todo empezó con una apuesta improvisada entre su padre y un primo el día que fue a inscribirla en el Registro Civil.
Lo que parecía un chiste sin importancia terminó convirtiéndose en una fuente constante de sufrimiento.
Desde chica, las burlas en la escuela fueron implacables. En la adolescencia abandonó el secundario para no seguir escuchando su nombre en las listas de llamado. A los 16 intentó cambiarlo, pero necesitaba la autorización de sus padres, que nunca llegó.
En su entorno cercano todos la conocían por una inicial o por el nombre que ella misma había elegido y usado toda la vida adulta. Con ese se presentaba en clases de danza, aunque nunca participó en competencias por miedo a que la nombraran en voz alta.
Con el paso de los años desarrolló estrategias para evitar exponerse: nunca sacó pasaporte, rechazó tarjetas de crédito y eligió centros médicos donde su nombre no apareciera en pantallas públicas. Incluso en su boda, cada vez que el sacerdote lo pronunciaba, sentía una nueva humillación.
En su entorno cercano todos la conocían por una inicial o por el nombre que ella misma había elegido y usado toda la vida adulta. Con ese se presentaba en clases de danza, aunque nunca participó en competencias por miedo a que la nombraran en voz alta.
Ni siquiera completó los trámites para jubilarse como ama de casa porque le resultaba insoportable firmar con su nombre legal.
En agosto de 2025 decidió ponerle fin a esa historia y presentó una solicitud en los tribunales de Cipolletti para que eliminaran los prenombres originales y los reemplazaran por el que había construido su identidad real. Aportó pruebas contundentes: publicaciones en redes sociales, certificados de actividades y declaraciones de personas que siempre la llamaron de esa manera.
Un equipo interdisciplinario la evaluó y concluyó que el cambio no solo era legítimo, sino necesario. El informe destacó que el nombre impuesto generaba vergüenza profunda y que adoptar el que ella usaba representaba una reparación simbólica.
Tanto el Ministerio Público Fiscal como el Registro Civil dieron el visto bueno. Invocando el Código Civil y Comercial, que permite modificar el nombre por “justos motivos” cuando afecta la personalidad o existe un uso habitual de otro, el juzgado aceptó el pedido.
Finalmente, la Unidad Procesal de Cipolletti ordenó borrar los prenombres originales de la partida de nacimiento y reemplazarlos por el nombre que la mujer siempre sintió como propio. También dispuso actualizar todos los registros oficiales.