SW, NO VA A ANDAR. El caso “Southern Winds” como hecho en sí era un tema clavado para la efímera sección policiales de los diarios. Quiso el destino que entre los imputados apareciera el hijo de un alto jefe de la Policía Aeronáutica Nacional para que revolearan a toda la plana mayor de ese organismo y que la aerolínea usada como medio de transporte de la droga fuera una de las que reciben subsidios estatales. La empresa aérea, aunque sus dueños están con una falta de mérito confirmada, cayó en desgracia y terminó en la quiebra. En cambio la línea media de la conducción de la compañía, está en prisión a la espera del juicio oral. Con esos condimentos la noticia tuvo la fuerza suficiente para instalarse en la sección “política” de los medios y convertirse en un eje de debate entre el oficialismo y la oposición. El tiempo pasó, y el año 2007 va a ser un año electoral para elegir presidente y todo lo que huela a poder empieza a cotizar en el debate y las chicanas. Lo que perduró sin cambios es el estado de prisión preventiva de media docena de acusados de integrar una organización para exportar cocaína clandestinamente a España. El punto en cuestión es si la celebración del juicio oral levantará o no polvareda política nuevamente. Para algunos, la solución ideal sería hacer el juicio ya. Primero porque las condiciones procesales están todas cumplidas y segundo porque en diciembre se vencen los dos años de detención de los primeros imputados. Si no hay juicio, existe la posibilidad de que queden libres, con 60 kilos de cocaína de por medio, y la oposición podría llegar a decir que es una operación judicial para que los implicados no hablen de las supuestas relaciones con el Gobierno, hipótesis lanzada desde distintas usinas políticas que condimentó el caso desde un principio. A una simple mula que encuentran transportando de uno a tres kilos de estupefacientes le dan promedio entre 7 y 8 años, ¿cómo podrían quedar libres por falta de juicio a tiempo quienes transportaron 60? Incluso el abogado del imputado Fernando Arriete, ex gerente comercial de la malograda firma, quiere el juicio ya, porque está convencido de poder lograr la absolución de su cliente por falta de pruebas. De no celebrarse el juicio podría quedar en libertad pero sujeto a una indefinición sine die sobre su situación procesal definitiva. Esta variante aparece como una solución práctica pero de cuestionado garantismo para una persona que se dice inocente. No es como el caso Armas, con radicación en esa instancia oral desde hace más de seis años, en donde todos están excarcelados, pero por el perfil altamente político del juicio a nadie le interesa apurarlo. Sobre todo cuando el promedio de edad de los imputados supera los 60 años.
SER DIGNO DE SER. Muchos hablan de lo grave que es la corrupción en la Justicia. Pero no es el único flagelo, ya que convive con otro igual de dañino e inmanejable. Uno que no puede detectarse con cámaras ocultas ni revisando declaraciones juradas. Se trata de la soberbia. Es un mal endémico en la Justicia argentina. Este mal tiene la curiosa particularidad de que los síntomas no los sufre el enfermo, sino que se trasladan a los que conviven forzosamente con él. Colegas, empleados, justiciables, periodistas, casi nadie que esté en contacto con el apestado, se salva. Otros grupos etarios: políticos, empresarios y autoridades varias, también pueden sufrirlo, aunque con consecuencias bastante menos graves. Porque el poder que tienen los jueces es enorme y duradero. Eso hace que la soberbia tenga efectos devastadores. Ojo, que ser un hombre de toga no es para nada fácil. Los que no saben, envidian: buenos sueldos, mucho poder y un mes y medio de vacaciones. Nada mal para un aviso de la sección empleos de los clasificados dominicales. Sin embargo, quienes de veras conocen el tema, aseguran que se trata de una lid muy estresante. Más de un secretario, devenido en juez transitorio a raíz de las necesarias subrograncias, esbozó un “quién me mandó meterme en esto”. Sin embargo, para otros, el desafío es irresistible. Algunos sufren. Otros se engolosinan. A estos últimos el bichito de la soberbia puede picarlos en cualquier momento. A fuerza de escuchar y leer tantas veces “su señoría” algunos parece que se confunden. Tal tratamiento a muchos no les hace para nada bien y como los vinos berretas suele subirse a la cabeza. Para peor, las consecuencias dañinas no son meramente testimoniales o incómodas. Un juez soberbio y prejuicioso en una causa es como un mono con un revólver. Para peor, el mal suele combinarse, en los casos más graves y caracterizados con el “síndrome de cuidada de culo”. Se trata de un raro gen que muta y genera que los magistrados hagan depender sus resoluciones judiciales de cuan protegidos estén sus cuartos traseros. La combinación de ambas patologías es letal. Pero no para el enfermo en sí (al que algunas veces convendría sacrificar, vía Consejo de la Magistratura cual vaca con aftosa), sino para los infortunados justiciables (ajusticiables) y los sufridos colegas. El pato lo pagan otros y bastante caro. Justos por pecadores como dice el dicho popular. Algunos condenan “por las dudas”, porque hay muchos jueces enfermos que sufren si los medios los critican y entonces son adalides de la tolerancia cero y la condena ejemplificadora. Hay otros magistrados, los sanos y probos, a veces son sacrificados en el altar del Consejo en pro de la necesaria desinfección judicial. La hoguera es tan tentadora y purificadora que es difícil sustraerse a sus encantos. Por hartazgo o por temor, ya renunciaron 142 jueces desde que estamos en la era Kirchner, la cifra más alta de renuncias desde que volvió la democracia. Ser digno de ser, aunque sin morir en el intento, ese es el gran desafío de la magistratura argentina.