Una de las experiencias más emocionantes que he tenido en mi vida, fue haber
participado en el juicio que se realizó en Tokio, entre el 8 y el 12 de diciembre
de 2000. Cuando acepté la propuesta de ser uno de los jueces, no conocía a las
organizadoras, ni a las fiscales, ni a los otros jueces, excepto de nombre y
por carta a Gabrielle Kirk McDonald. La única persona con la que había hablado
del tema, poco tiempo antes, era Rhonda Copelon, una de las asesoras legales
del tribunal.
Antes de la fecha prevista para el juicio, tuvimos una reunión de dos días en
La Haya, a fines de octubre, donde nos conocimos y los jueces -Gabrielle Kirk
McDonald, Christine Chinkin, Willy Mutunga, P.N. Bhagwati y yo- cambiamos algunas
ideas, repartiéndonos el material documental del que disponíamos para acelerar
el trabajo. En realidad, esa reunión fue demasiado breve, insuficiente para
saber cómo iba a resultar nuestra tarea en equipo.
Durante el mes de noviembre, nuestros correos electrónicos funcionaron a pleno,
todos los días, recibiendo y enviando borradores, esquemas de resolución, intercambiando
datos y concertando fechas de viaje y estadía. A último momento, Bhagwati tuvo
un problema de salud y los médicos le prohibieron viajar, así que quedamos sólo
cuatro jueces, tres mujeres y un varón.
El caso que nos convocaba era durísimo: se trataba de las mujeres violadas y
sometidas a esclavitud sexual por las fuerzas armadas de Japón, durante la Segunda
Guerra Mundial. Estos hechos, aun cuando había mención de ellos en la investigación
llevada a cabo por los Aliados antes de establecer el Tribunal Militar Internacional
para el Lejano Oriente (Tokio, 1946-1948), no fueron tenidos en cuenta para
procesar a los oficiales japoneses sometidos a juicio por aquel tribunal. Pero
tampoco realizó Japón actividad alguna después para reparar los daños causados.
Esta inactividad se mantuvo durante 55 años, a pesar de los reclamos de sobrevivientes
a partir de 1990, las cuidadosas investigaciones de dos Informes Especiales
de las Naciones Unidas, y las exhortaciones formales de la comunidad internacional.
Las sobrevivientes que iniciaron el movimiento que desembocó en este juicio,
han roto un silencio de 55 años, y con ello han contribuido a sacar a la luz
algo que todos sabemos pero que no sólo debe declamarse: ocultar los actos criminales
es invitar a su reiteración y mantener una cultura de impunidad. Una de las
declaraciones más importantes del tribunal fue exigir: 1- respeto hacia los
derechos humanos de las mujeres; 2- que se termine la impunidad por los crímenes
sexuales; y repudiar la idea de que el abuso sexual de las mujeres es una consecuencia
inevitable de la guerra.
Mientras nos preparábamos para ir a Tokio, tuvimos que leer las transcripciones
de los relatos de muchas sobrevivientes. Eran sobrecogedores, aun leídos sin
ningún tipo de énfasis. En cierta medida, nos estábamos acorazando para resistir
a pie firme los tres días de audiencias que teníamos previstos. Sin embargo,
como bien saben todos los que alguna vez han trabajado en juicio orales, escuchar
a las propias sobrevivientes narrar sus respectivos calvarios tiene un muy alto
contenido emocional, que no se traduce por escrito.
No puedo hacer justicia, en esta breve nota, a la calidad de los sentimientos
que nos produjeron esos días; a la dignidad con la que esas mujeres, la mayoría
de más de setenta años ya, se comportaron en el juicio. Es verdad que hubo llantos
-¿qué menos?-, momentos de angustioso silencio hasta que podían continuar su
historia, hasta un episodio que requirió auxilio médico inmediato; declaraciones
que reconocían profundo rencor y otras que sólo pedían que se las escuchara.
Ninguna quiso provocar lástima y rechazan que se las llame víctimas, prefieren
ser "sobrevivientes victimizadas" por Japón.
De acuerdo con las investigaciones realizadas, el sistema de las "comfort stations"
y las "comfort women" comenzó a implementarse después de la masacre de Nanking
(1937), ante la preocupación de Hirohito por la desfavorable imagen de Japón
en la prensa internacional. Por eso, fue un momento muy fuerte el que vivimos
cuando China presentó como testigo a Yang Mingzhen, sobreviviente de esa masacre,
cuyos padres fueron asesinados en su presencia, ella fue violada a los 7 años
de edad y, privada totalmente de protección, se mantuvo viva gracias a la caridad,
o lo que encontraba en la calle o en las ruinas de la ciudad.
También hubo algún alivio a las tensiones, por ejemplo cuando Esmeralda Boe,
de Timor Oriental, requerida para que jurara decir la verdad, contestó:"Yo no
hice un viaje tan largo para conocer Japón, yo vine a contar la verdad", con
un énfasis tan notorio que fue aceptado como juramento.
Los equipos de fiscales de los diferentes países trabajaron en forma excelente;
los alegatos de clausura de las fiscales generales, Patricia Viseur-Sellers
(USA) y Ustinia Dolgopol (Australia), tuvieron tal calidad y nivel que no podían
ser desmerecidos en el fallo. También fue muy meritoria la presentación hecha
como "amicus curiae" del abogado japonés Tusguo Imamura ya que, aunque invitado
a participar, el estado de Japón guardó silencio.
Dada la importante cantidad de prueba presentada, el único día que quedaba para
que los jueces pudiéramos redactar nuestra resolución resultaba escaso tiempo
para coordinar aquélla con las acusaciones, en especial con respecto a cada
uno de los imputados. El Tribunal había decidido de antemano que el 12 de diciembre
leeríamos un resumen de la resolución definitiva, la que se presentará el Día
Internacional de la Mujer del año 2001.
Sin embargo, la importante investigación previa sobre los hechos, el derecho
aplicable, la responsabilidad del estado y otras cuestiones, resultó en una
cantidad de material que había que reducir a lo más esencial, para que el resumen
fuera tal. Todo el día 11 trabajamos en esa tarea, además de redactar la introducción,
las conclusiones y recomendaciones. Decidimos que sólo mencionaríamos, por ahora,
la situación de Hirohito para que la resolución no fuera tan larga. También
estuvimos de acuerdo en que era importante que la gente escuchara la voz de
los cuatro jueces, así que leeríamos un párrafo cada uno de las cuestiones generales,
quedando dos secciones específicas a cargo de Gabrielle y Christine que las
conocían más a fondo y, por supuesto, tenían mayor dominio del idioma.
La integración entre los cuatro jueces fue increíble: hubo coincidencia de opiniones,
coherencia en el análisis, convicciones compartidas. Alguno proponía un punto
a incluir y todos colaborábamos en la forma de expresarlo; discutimos qué eliminar,
sin perder de vista la necesidad de claridad. Estuvimos de acuerdo en que era
importante hacer citas expresas de las declaraciones de las sobrevivientes,
como medio de reconocer su importancia y coraje. Asimismo, debía destacarse
la importancia de los testimonios de expertos que han estudiado a fondo los
temas relacionados con el sistema de las "comfort stations" y la responsabilidad
del emperador y los altos oficiales japoneses. Trabajamos intensamente y, aunque
agotados, llegamos a tiempo para tener la resolución a la hora en que debía
leerse.
Este acto estuvo cargado de emoción. Cuando Gabrielle leyó el párrafo en el
que declaramos responsable al emperador por el sistema de esclavitud sexual
instituido, la reacción de las sobrevivientes y del público en general fue casi
como una ovación. Evidentemente, era lo que estaban esperando y los jueces les
habíamos dado esa satisfacción. Fue algo impactante.
Dos horas y media tomó la lectura de la resolución. Cuando terminamos, todas
las sobrevivientes presentes subieron al escenario agitando pañuelos blancos,
tomadas de la mano, cantando juntas, Corea del Norte con Corea del Sur, Taiwan
con China, Indonesia con Holanda y Timor Oriental, Filipinas con Japón, Malasia
con todas las demás. No es posible describir en palabras el alto grado de emoción
que se sentía en ese momento.
Por cierto que hubo manifestaciones de la extrema derecha japonesa, pequeños
grupos en la puerta del local con altoparlantes y pancartas, que aducían que
el tribunal había sido convocado por comunistas y algunas otras cosas; pero
no hubo violencia ninguna ni escenas desagradables.
Curiosamente, alguna agrupación feminista cuestionó que nos ocupáramos de "historia
antigua" y no de conflictos actuales. En realidad, hubo una audiencia pública
el día 11, en la que expusieron sus casos mujeres de Kosovo, Chiapas, Guatemala,
Colombia, Argelia, Sierra Leona, Somalia, Palestina, Afganistán, Birmania, Burundi,
Vietnam, Timor Oriental y Okinawa que aseguraron que ellas no esperarían cuarenta
años para denunciar la violencia sufrida. Además, en este momento están funcionando
dos tribunales internacionales convocados por Naciones Unidas (el que corresponde
a la exYugoslavia y el de Rwanda), lo cual muestra ya una situación completamente
diferente a nivel internacional, y se ha firmado, aunque aún está pendiente
de las necesarias ratificaciones, el tratado para la creación de la Corte Criminal
Internacional permanente.
La importancia del tribunal de Tokio ha sido poner de manifiesto que la ausencia
de justicia permite la repetición de actos aberrantes, que pasan a ser considerados
"normales" o "inevitables". También que jueces de diversas culturas jurídicas,
de distintos entornos sociales y de diferentes etnias, pueden trabajar en equipo
sin dificultad cuando hay un convencimiento profundo de valores esenciales y
decidida defensa de los derechos humanos.
Las sobrevivientes sintieron que les habíamos devuelto su dignidad y humanidad.
Yo siento que fue un privilegio haber intervenido en este histórico Tribunal.
Dra. Carmen M. Argibay
Juez del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 2 de Capital Federal