26 de Abril de 2024
Edición 6954 ISSN 1667-8486
Próxima Actualización: 29/04/2024

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CORRALITO 2004. Sin dudas el corralito está por convertirse otra vez en el tema vedette de tribunales. Luego de la frenética secuencia del 2002 con toda la hecatombe ya conocida, la versión 2004 del drama se cierne sobre nuestras cabezas con el tic tac que precede a las grandes explosiones. Por un lado la Corte, empezaría a estudiar en serio un posible fallo que convalide la pesificación de los depósitos, generando un giro jurisprudencial con respecto al conocido “fallo San Luis”. Esto generaría de inmediato la posibilidad de que los bancos que debieron entregar dólares por orden judicial de jueces de instancias inferiores, ahora puedan exigir a esos depositantes que les devuelvan la diferencia entre los dólares entregados y los pesos que debían recibir. En la intimidad de la city, este es el dato que se maneja por parte de los popes de las grandes finanzas donde además se remarca que los bancos del sistema financiero arrancaron el 2004 con pérdidas, acumulando en conjunto un rojo de 870 millones de pesos en el primer trimestre del año, entre otras cosas a causa de la amortización de amparos. Si bien no queda claro si los bancos deberían pedir la devolución de los dólares entregados a través de los mismos jueces que concedieron los amparos, o si se fijaría otra vía procesal para la devolución de esas diferencias, lo cierto es que la gente la plata ya la gastó o la invirtió en otros bienes. También va a ser materia de discusión quién se va a hacer cargo de las costas del proceso, porque en tal caso los ahorristas constituirán la parte perdidosa en toda esta saga judicial, y por lo tanto hasta tendrían eventualmente que afrontar el pago de los honorarios de los abogados de los bancos. Otro capítulo que se suma a la columna de las pérdidas, sería la suma que los ahorristas entregaron –of course- en carácter de honorarios a sus propios abogados cuando les salieron los amparos salvadores que les permitieron hacerse de los dólares. En su momento, la cuota litis promediaba el 30 % según el monto, que difícilmente los abogados reintegren a sus clientes en caso de que la Corte finalmente avale la pesificación de esos depósitos . Como ya lo dijo esta columna en el inicio de la avalancha de amparos, el fragor de la pelea hizo pasar por alto a los abogados la oportuna advertencia a sus clientes que en el día de mañana –más o menos por hoy- que la decisión de amparo no constituía cosa juzgada, que el proceso seguía abierto y que los bancos iban a ir a pelear por sus dólares. Así como la gente salió con las cacerolas cuando no podía retirar su dinero, quién garantiza de que ahora se queden moscas cuando tengan que ir a poner de su bolsillo las diferencias que pueda ocasionar la re-pesificación.

VEREDICTO. Se conocerá el 8 de junio la sentencia del jury de enjuiciamiento sobre el caso Marquevich. Si bien a lo largo de todo el proceso quedó sentado que el trámite tiene más de político que de juicio, lo cierto es que como se dice en tribunales, cada expediente es una realidad distinta, la que vivió Marquevich al encarcelar a la señora de Noble, hoy le está facturando las consecuencias. Más allá de lo paradigmático de que una de las acusaciones que pesan sobre el magistrado es la de haber generado repercusión mediática del encarcelamiento (justamente una de las cosas que el periodismo, incluyendo el de Clarín, toma como mercadería para despertar el interés del lector), la ironía del destino lo tiene ahora imputado de “atrocidad mediática”. Lamentablemente no se mide a todas las personas bajo proceso con la misma vara, y se habrá perdido una oportunidad para establecer qué es lo debido en esta materia. Porque si el día de mañana Marquevich como sus hasta ahora pares federales, no le dan primicias a los medios, los medios se quejarían ante los jueces por presunto ocultamiento de la información. Si bien el código procesal dice que el expediente es solamente público para las partes, seguramente ni Clarín ni Nación se conformarían con esta respuesta si el imputado es Menem, De La Rúa, María Julia o Mazzorín. Lo bueno sería que el Consejo, más allá de acompañar la natural ola que produce la opinión pública y la opinión publicada, fijar criterios sobre cómo deben darse a publicidad los actos procesales de los jueces. Independientemente de Marquevich o doña Ernestina, el Consejo y el Jury podrían saldar una deuda con la sociedad, diciéndole cuál es el perfil de juez que ellos pretenden. ¿El de Cruciani, Cattani o “Mengani”?

OTRO. Menos mediático, pero más contundente en sus razones, es el proceso que se encamina a otro probable jury de enjuiciamiento contra la jueza correccional de la Capital, Elena Frillocchi. Desconocida para el gran público, esta magistrada, cuya designación algunos vinculan a las épocas de gran influencia y vanas promesas de Jorge Anzorreguy, y otros al interés del ex presidente de la Corte, Julio Nazareno, atraviesa hoy por hoy un camino que se desliza fácilmente hacia el juicio político. Todos conocen el sobredimensionamiento de causas en trámite por el que atraviesa hoy el fuero correccional. Si bien parte de ellas son de instancia privada, y otras se delegan en gran número hacia las fiscalías, así y todo los expedientes se multiplican como conejos en primavera. Ante esta realidad, los jueces desarrollan una suerte de arte del equilibrio, a la manera de los platillos chinos, para que la menor cantidad posible de causas se estrellen irremediablemente contra el suelo de la prescripción. Pero lo que aparentemente para el Consejo no tiene ninguna posibilidad de excusa ni atenuantes, es quizás la más grave de las imputaciones que pesan sobre la cabeza de esta controversial jueza, la de haber procesado a una persona tras imputarle el homicidio de una mujer que, en realidad, estaba vivo. Si bien la delegación y división de tareas se impone en cualquier estructura organizacional, es una realidad que tiene sus pro y sus contras, a los consejeros que escucharon el descargo de la magistrada no les quedó una muy buena impresión. La jueza, con un discurso que le salía a borbotones, no logró despejar las dudas que se cernían sobre su actuación. Tampoco pudo brindar buenas razones para poder defender otras irregularidades en el manejo de las causas como cuando ordenó el desalojo de una familia que ya había sido desalojada en virtud de una resolución dispuesta por ella misma con anterioridad. Otra vez vuelve a asomar sobre el Consejo la idea que va tomando fuerza en la Provincia de Buenos Aires, de que los jueces deban rendir exámenes periódicos para evaluar sus capacidades.



alejandro s. williams / dju
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